Para terminar nuestra primera temporada en la División de Honor y celebrarlo de alguna manera, la firma que nos patrocinaba, la Coca-Cola, tuvo la deferencia de invitarnos a presenciar la final de la Copa de Europa de Clubs de baloncesto, a su vez, campeones de las ligas femeninas de los respectivos países. Se aprovechó la feliz coincidencia de este acontecimiento con las fechas del último partido que nos tocaba lejos de nuestro campo, el celebrado con el Evax en Barcelona. El encuentro tuvo lugar en la tarde del día siguiente al nuestro y, por ello, permanecimos en la capital catalana un par de días más.
Tuvo lugar en el Palacio Municipal de los Deportes de aquella ciudad, entre el equipo francés de Clermont-Ferrand y el Dauwaga de Riga, procedente de la antigua U.R.S.S.. En el conjunto soviético se encontraba la jugadora más alta del mundo en aquel entonces y durante muchos años más, Uliana Semenova. Su altura era de 2’13 m., calzaba un 58 y, como puede observarse en las fotografías, destaca sobremanera del resto de jugadoras. El Dauwaga llevaba más de diez temporadas siendo el vencedor de esta Copa y también lo fue en aquella ocasión. Ganó a las francesas por 79 a 53, haciéndolo en el primer tiempo por menor diferencia: 39-24. Las entradas para el encuentro eran numeradas y estuvimos en un sitio con excelente visibilidad.
Para mí, fue un partido extraño y curioso, muy lejos de lo que una se imaginaba que debía ser un encuentro de aquel calibre. Dos tercios transcurrieron lentamente, muy lentamente, ya que todo se movía al ritmo de la gigantesca Semenova. Se desplazaba a lo largo de la cancha con grandes dificultades, y el resto de compañeras, mientras tanto, bajaba al ataque pasándose el balón, como si de un entrenamiento se tratara. En cuanto la altísima pívot se encontraba en los alrededores del aro, todo consistía en hacerle llegar el balón con suma facilidad y ella, aupándose sólo en las puntas de sus pies, se limitaba a meter el balón dentro de la canasta. No necesitaba despegarse del suelo ni lo más mínimo. Cuando tocaba defender, las francesas aprovechaban los pocos momentos en que desbordaban a las soviéticas, para contraatacar y así conseguir algunos de sus puntos. Cuando no lo lograban y Uliana llegaba al centro de la zona (o pintura, o botella, como la llaman ahora), no había quien fuera capaz de hacer dos puntos debajo o cerca del aro. El tapón estaba garantizado. De verdad que la escena impresionaba. En un momento del partido, cuando el entrenador del Dauwaga consideró que el encuentro y la copa estaban asegurados, sentó a Semenova y, entonces, sí pudimos ver cómo jugaban al baloncesto las francesas y las campeonas vigentes del continente europeo. El juego se hizo más vivo, fluido y en igualdad de condiciones, aunque las soviéticas nunca vieron peligrar su cetro. Las fotos alusivas a lo visto, justifican parte de lo narrado.
Años más tarde, Semenova visitó nuestra capital formando parte de un conjunto peninsular. Pero, me van a permitir que sea, en el próximo post, donde les relate, con detalles e imágenes, aquella insólita presencia, en nuestra tierra, de esta enorme jugadora.
Para nosotras, geográficamente tan lejos de estos acontecimientos, fue un verdadero placer poder presenciar un espectáculo de aquel nivel y, más aún, cuando uno de los equipos era el mítico Dauwaga y su gigantesca estrella. La televisión no acostumbraba a retransmitir baloncesto y, mucho menos, femenino, aunque fuera de esta categoría. A todo esto, había que añadirle, la lejanía de nuestras islas, con respecto a esas grandes capitales.
Tuvo lugar en el Palacio Municipal de los Deportes de aquella ciudad, entre el equipo francés de Clermont-Ferrand y el Dauwaga de Riga, procedente de la antigua U.R.S.S.. En el conjunto soviético se encontraba la jugadora más alta del mundo en aquel entonces y durante muchos años más, Uliana Semenova. Su altura era de 2’13 m., calzaba un 58 y, como puede observarse en las fotografías, destaca sobremanera del resto de jugadoras. El Dauwaga llevaba más de diez temporadas siendo el vencedor de esta Copa y también lo fue en aquella ocasión. Ganó a las francesas por 79 a 53, haciéndolo en el primer tiempo por menor diferencia: 39-24. Las entradas para el encuentro eran numeradas y estuvimos en un sitio con excelente visibilidad.
Para mí, fue un partido extraño y curioso, muy lejos de lo que una se imaginaba que debía ser un encuentro de aquel calibre. Dos tercios transcurrieron lentamente, muy lentamente, ya que todo se movía al ritmo de la gigantesca Semenova. Se desplazaba a lo largo de la cancha con grandes dificultades, y el resto de compañeras, mientras tanto, bajaba al ataque pasándose el balón, como si de un entrenamiento se tratara. En cuanto la altísima pívot se encontraba en los alrededores del aro, todo consistía en hacerle llegar el balón con suma facilidad y ella, aupándose sólo en las puntas de sus pies, se limitaba a meter el balón dentro de la canasta. No necesitaba despegarse del suelo ni lo más mínimo. Cuando tocaba defender, las francesas aprovechaban los pocos momentos en que desbordaban a las soviéticas, para contraatacar y así conseguir algunos de sus puntos. Cuando no lo lograban y Uliana llegaba al centro de la zona (o pintura, o botella, como la llaman ahora), no había quien fuera capaz de hacer dos puntos debajo o cerca del aro. El tapón estaba garantizado. De verdad que la escena impresionaba. En un momento del partido, cuando el entrenador del Dauwaga consideró que el encuentro y la copa estaban asegurados, sentó a Semenova y, entonces, sí pudimos ver cómo jugaban al baloncesto las francesas y las campeonas vigentes del continente europeo. El juego se hizo más vivo, fluido y en igualdad de condiciones, aunque las soviéticas nunca vieron peligrar su cetro. Las fotos alusivas a lo visto, justifican parte de lo narrado.
Años más tarde, Semenova visitó nuestra capital formando parte de un conjunto peninsular. Pero, me van a permitir que sea, en el próximo post, donde les relate, con detalles e imágenes, aquella insólita presencia, en nuestra tierra, de esta enorme jugadora.
Para nosotras, geográficamente tan lejos de estos acontecimientos, fue un verdadero placer poder presenciar un espectáculo de aquel nivel y, más aún, cuando uno de los equipos era el mítico Dauwaga y su gigantesca estrella. La televisión no acostumbraba a retransmitir baloncesto y, mucho menos, femenino, aunque fuera de esta categoría. A todo esto, había que añadirle, la lejanía de nuestras islas, con respecto a esas grandes capitales.
En resumen: resultaba impensable, entonces, disfrutar de celebraciones como aquella que vivimos en directo. Para mí, y supongo que para todas mis compañeras, fue eso, un auténtico broche de oro a nuestra primera estancia entre los mejores equipos españoles.
La temporada, como ya conté en el post La segunda vuelta, la cerramos en nuestra sede ganándole al Esclavas de Alcoy. La clasificación final la encabezó el Celta de Vigo, seguido del Evax. Descendieron el Medicina Hispalense, de Sevilla, y el equipo alcoyano. Nosotras ocupamos la sexta plaza, empatadas a puntos con Tabacalera, Hispano Francés, L´Oreal y Medina de San Sebastián. Fuimos consideradas el equipo revelación de la campaña, porque siendo uno de los recién ascendidos únicamente pudieron con nosotras, en nuestra cancha, el campeón y subcampeón. Ganamos fuera un encuentro, y perdimos sólo por 2, 3 y 5 puntos en Madrid, San Sebastián y Lérida, respectivamente, y a los que , luego, superamos ampliamente en nuestra sede.
La temporada, como ya conté en el post La segunda vuelta, la cerramos en nuestra sede ganándole al Esclavas de Alcoy. La clasificación final la encabezó el Celta de Vigo, seguido del Evax. Descendieron el Medicina Hispalense, de Sevilla, y el equipo alcoyano. Nosotras ocupamos la sexta plaza, empatadas a puntos con Tabacalera, Hispano Francés, L´Oreal y Medina de San Sebastián. Fuimos consideradas el equipo revelación de la campaña, porque siendo uno de los recién ascendidos únicamente pudieron con nosotras, en nuestra cancha, el campeón y subcampeón. Ganamos fuera un encuentro, y perdimos sólo por 2, 3 y 5 puntos en Madrid, San Sebastián y Lérida, respectivamente, y a los que , luego, superamos ampliamente en nuestra sede.
El objetivo inicial de la permanencia, que se había marcado por nuestra entrenadora y el Club, se consiguió con creces. Para el baloncesto femenino canario fue todo un orgullo que un grupo de jugadoras absolutamente amateur, con una trayectoria deportiva muy corta, - sólo de cinco temporadas -, con una edad media de 21 años, sin disponer de cancha propia y entrenando en condiciones adversas, mostrara en todo momento y lugar, su afán combativo y su deseo de hacerlo lo mejor posible. En palabras de Antonia Gimeno, en una entrevista que le hizo Fernando Senante en el desaparecido diario La Tarde, la mejor virtud de su equipo era el espíritu de sacrificio y, éste, sin duda, se vio recompensado con aquel magnífico sexto puesto en la lista final.
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