miércoles, 28 de octubre de 2009

Cursos sin baloncesto (II)


Con el flamante título de Bachiller Superior en mi poder, comencé el Preuniversitario y quise continuar jugando en algún equipo del Colegio, pero, por edad, no pude hacerlo. El límite para la liga escolar eran los 16 años y yo acababa de cumplir los 17. Lo que sí pude hacer en los inicios del curso, fue entrenar con las compañeras que aún continuaban en el Centro. Sólo estuve durante el primer trimestre, porque, hacia Diciembre, se abrió la puerta de la natación y la oportunidad de profundizar y mejorar en otro de los deportes que siempre me ha apasionado.
Para inaugurar la puesta en marcha de la primera piscina municipal de esta ciudad, se celebró el Campeonato Nacional de Natación de la temporada que correspondía. Fue un acontecimiento deportivo muy poco habitual en aquella época, los aficionados no quisimos perdérnoslo y yo tuve la oportunidad de verlo acompañada por mi padre. Allí coincidimos con uno de sus buenos amigos, D. Peder Larsen (q.e.p.d.), cónsul de Dinamarca para nuestra provincia y Presidente de la Sección de Natación del Real Club Náutico. Cuando supo de mi afición, me invitó a formar parte del equipo de esta institución y, sin pensármelo mucho, acepté encantada.
Desde el primer momento, manifesté que mi deseo no era competir. Para eso, ya llegaba bastante tarde, si tenemos en cuenta que, en este deporte, lo ideal es comenzar seriamente desde los diez o doce años. Sólo aspiraba a perfeccionar los estilos propios de la natación. Ya sabía nadar desde muy pequeña, pero me faltaban conocimientos para hacerlo mejor. Estuve casi dos temporadas y disfruté del privilegio de ser enseñada por un gran señor, D. Acidalio Lorenzo (q.e.p.d.), bellísima persona y excelente entrenador. Más tarde, supe que fue, además, Seleccionador Nacional. Le recuerdo como una persona muy afable y cordial, de muy buen trato con todo el mundo y muy sencillo. Todos le llamábamos Jefe y él parecía encantado con que lo hiciéramos. Hoy, aquella primera piscina municipal lleva su nombre desde hace más de treinta años.
Acabado el PREU y sin tener decidido qué estudiar, animada por mi madre y porque tenía ciertas habilidades artísticas, me apunté a mejorarlas. Aconsejada por los “profes” que tuve, preparé el Ingreso en la carrera y, cuando vine a darme cuenta, estaba compaginando mis estudios superiores con la práctica del baloncesto.
El refrán dice que "Al cabo de los años miles, vuelven las aguas a sus carriles". Algo así me ocurrió a mí, aunque no tardé tanto. Sólo dos cursos académicos.

sábado, 17 de octubre de 2009

Cursos sin baloncesto (I)


En el curso siguiente, en 6º, los estudios se endurecían porque era el último año del Bachillerato y para titular como Bachilleres Superiores había que pasar por una Reválida, como ya habíamos hecho en 4º para obtener el de Bachiller Elemental.
Esta dificultad añadida hizo que renunciáramos a seguir entrenando y compitiendo. Había que dedicar todo el tiempo a las clases y a empollar lo más posible.
A pesar de esa realidad y ya atrapada por la magia del baloncesto, no entraba en mi renuncia el alejarme totalmente de él. Me las ingenié para seguir practicándolo de alguna manera. La solución la encontré en los recreos. Pedí permiso a las monjas para que nos dejaran un balón durante esa media hora y, así, no perdí el contacto con el que se convertiría - ¡quién lo iba a decir! – en mi deporte preferido.
Como no podíamos disponer de todo el patio, porque se concentraban en él todas las alumnas del Centro para ese rato de descanso, nos reuníamos en torno a alguna de las dos zonas marcadas en los lados más cortos. Con las compañeras de equipo que estaban dispuestas a seguir con las prácticas, formábamos colas para hacer tiros libres, dar la vuelta al mundo o, simplemente, pasarnos el balón y tirar al aro desde distintos puntos.
Nos solían rodear alumnas de cursos inferiores, que nos miraban curiosas, unas; admiradas, otras y desconsoladas, unas cuantas. Recuerdo que, en más de una ocasión, invité y enseñé a cómo coger y pasar el balón o cómo lanzar al aro, a algunas de estas últimas. Muchas de ellas se añadieron a nosotras para seguir aprendiendo y pasar un recreo más divertido.
Si alguna vez, la monja de turno para cuidar el recreo, no nos dejaba el balón, tampoco nos pensábamos demasiado el intento de acceder al lugar en el que se guardaba. Estaba en el baño de alumnas del patio y, aunque tenía una puerta cerrada con llave, se podía llegar a él, saltando por un gran hueco rectangular que, a modo de ventana abierta, coincidía con el final del tabique que separaba los servicios individuales y llegaba hasta casi el techo. Tanto otra compañera como yo, atrevidas ambas, lográbamos ascender a lo alto de ese tabique y, con ello, traspasar el hueco abierto y saltar hasta el suelo de ese pequeño y oscuro cuarto. Una vez allí, y por el mismo hueco, pasábamos el balón al otro lado y subiéndonos a unos viejos pupitres que también se guardaban allí, desandábamos el camino de entrada para incorporarnos al juego con las demás.
Una vez, por desgracia, una de esas compañeras de cursos inferiores, que se llama Mercedes Durango y era tan atrevida como nosotras, hizo el mismo recorrido para hacerse con un balón, pero, con tan mala suerte, que al dejarse caer desde aquella ventana al suelo del cuarto, cayó sobre uno de ellos y se fracturó un tobillo. Imagínense la bronca que nos llevamos… Pero, no me digan, señores, que la sufrida compañera no demostró, con creces, su amor al baloncesto. Desde aquí, y después de muchísimos años, quiero hacerle un pequeño homenaje por su valentía y generosidad.
Otra muestra de la enorme afición que había arraigado en nosotras, fue el cuidado de los balones. No eran como los de hoy, con atractivos colores y diseños, materiales sofisticados, superficies adherentes y diferentes tamaños y pesos. Eran únicamente de cuero y con piezas geométricas pequeñas cosidas entre sí, con hilo de bala. En su interior, una válvula de goma que era la que se inflaba y daba la forma esférica a los trozos cosidos. Cuando se rompían partes del hilo que unía las piezas, la válvula se escapaba por las ranuras abiertas y aquella bola informe no había quien la controlara. El mérito estaba en pespuntar esos descosidos a mano y con una aguja muy gruesa. Sólo así podíamos seguir usando tan especial artilugio. Muchos pinchazos sufrieron las yemas de mis dedos, a pesar del uso de un dedal. 
¡Todo fuera por mantener nuestra incipiente vocación deportiva!

viernes, 9 de octubre de 2009

Los primeros pasos

Hasta el momento, todo lo relatado puede catalogarse de hechos oficiales, de acontecimientos y personajes recogidos en las hemerotecas. A partir de ahora, serán los recuerdos personales, los que perviven en la memoria de quien los cuenta, los que irán dibujando las líneas de este blog, intercalados, seguramente, con hechos conservados también, en los papeles de la prensa de la época.
Mi andadura deportiva de veinte intensos años en el baloncesto, comenzó en el Colegio. Fue más por curiosidad que por una vocación definida. Cuando tenía 14 años, desde la balconada alta del edificio, veía, en el patio, cómo un grupo de compañeras de mi curso y de cursos superiores, aprendían los fundamentos de este deporte, enseñadas por Pancho Monje, uno de los mejores jugadores de aquel Náutico que, unos años más tarde, subió a la 1ª División masculina.
Recuerdo que las posturas que adoptaban para hacer los ejercicios prácticos de la técnica, me resultaban ridículas y me producían risa. Por ejemplo, las de defensa del contrario, las de arrancada botando el balón, las de tiros al aro… Todas me parecían muy forzadas y poco naturales. Pero, como nunca debemos decir “De esta agua, no beberé”, yo, por si acaso, no lo dije y, al año siguiente, en 5º curso, me vi formando parte del equipo de mi clase, practicando aquello de lo que tanto me reía y descubriendo lo necesarios y útiles que eran esos ejercicios para jugar bien al baloncesto.
Mi primer entrenador se llamaba Domingo Sicilia, era muy joven y muy alto y jugaba en el Hernán Imperio, donde lo hacía muy bien. Como jugadoras del equipo, fichamos Ana Mª Maceda, Ligia Suárez, Isabel Duque, Carmen Aranguren, Carmen Delia Tejera, Elia Quintero, Charo Borges y Lourdes Gómez. Nos inscribimos en el torneo escolar de entonces y competimos como Dominicas B, porque también intervenía el conjunto de las mayores, que, lógicamente, lo hacían como Dominicas A. También participaban los equipos de La Pureza, Asunción, y Mª Auxiliadora.
Al final del torneo, quedamos las últimas y pagamos, sobre todo, nuestra inexperiencia, mientras que las del A, que eran muy buenas, fueron subcampeonas, detrás del campeonísimo Mª Auxiliadora.
De aquella liga, conservo una auténtica reliquia de la que da fe la imagen que acompaña a este post. Es el acta original de uno de los partidos celebrados. Se recoge en un impreso oficial encabezado con la identificación del organismo responsable de la competición, que era la Delegación Nacional de Educación Física de la Sección Femenina de F.E.T. y de las J.O.N.S.. Debajo de este largo rótulo, aparece la palabra BALONCESTO y, bajo ésta y en la misma línea, Campeonato XVII, Fase Provincial, Lugar de celebración, cancha del Ideal Cinema y, más abajo, la relación de las jugadoras de los equipos contendientes que, en este caso, son Dominicas B contra Dominicas A. El encuentro se jugó el 9 de Noviembre de 1962; la categoría, Juventudes y los árbitros, Víctor Rojas (q.e.p.d.) y Alejandro Puertas. Las jugadoras del B, son ocho, mientras que en el A, aparecen trece. El resultado del partido fue de ¡diecisiete-doce! a favor del Dominicas A. Bastante menos que el de un encuentro de balonmano de estos días.
Como una curiosidad más, decirles que la cancha mencionada era el patio de butacas de un cine de verano al aire libre, que existía en la parte alta de la calle San Francisco Javier, en el tramo comprendido entre las calles Méndez Núñez y Doctor Guigou. Durante muchos años, fue sede de torneos y campo de entrenamiento de unos cuantos equipos de baloncesto tanto femeninos como masculinos. Hoy, en su lugar, existe un edificio de viviendas.

jueves, 1 de octubre de 2009

El alma mater


Como adelantaba en la entrada precedente, el alma mater de aquel gran equipo y del baloncesto femenino de estas tierras y de aquellos años, se llamaba Jerónimo Foronda Monje.
Natural de la Villa de Arafo, nació el 6 de Diciembre de 1940, se licenció en Derecho por la Universidad de La Laguna, trabajó mucho tiempo como Gestor administrativo y su enorme vocación, desde muy joven hasta sus últimos días, fue el baloncesto. Falleció a la edad de 57 años, el 20 de Enero de 1998, en Santa Cruz de Tenerife.
Estos podrían ser los datos precisos y escuetos para una mínima presentación de cualquier ciudadano de este mundo. Pero resulta que Jerónimo Foronda no era un ciudadano cualquiera y esa fría información está muy lejos de reflejar quién fue y lo que él supuso para muchos de nosotros.
"Jeromo", afectuoso diminutivo conque le distinguíamos de otros Jerónimos, nuestro compañero, entrenador, amigo y maestro fue y sigue siendo una de las personas más entrañables y carismáticas con las que una puede tener el privilegio de encontrarse a lo largo de su vida y, además, estoy convencida de no ser la única que piensa de esta manera.
Al aficionado que ahora se inicia en este deporte de nuestros amores y a los miles de jóvenes practicantes que no le conocieron y que sólo puede que sepan de él que fue un buen entrenador de baloncesto, quiero decirles que también fue un excelente jugador ocupando las posiciones de base o de escolta, que desde su puesto de director del juego constituyó lo que hoy llamamos un magnífico pasador y, por ello, un especialista pionero en asistencias, muchas veces, espectaculares.
Como entrenador, fue riguroso, estricto, duro y exigente dentro de la cancha, conocedor profundo de los fundamentos de este deporte, transmitiendo su impecable técnica individual a todos los que quisiéramos adquirirla. Fuera de la pista de competición, era cordial, dialogante y muy comprensivo. Siempre buscó y procuró la mejor relación humana entre todos los componentes de sus equipos, tanto femeninos como masculinos, convencido de que la unión en el juego nacía, se construía y consolidaba en los ratos de convivencia para el ocio, la charla distendida y la conversación reflexiva.
Compartir con Jerónimo y Ángeles, su mujer,- mi querida compañera y amiga de tantos años de equipos en común-, muchas horas de buenos y malos momentos, de ratos y partidas de póker irrepetibles con amigos de toda la vida, de revivir las bromas sanas que nos dedicábamos en nuestros desplazamientos a la Península para participar en los Campeonatos... Haber tenido el privilegio de compartir todo eso, de poder contar con la lección de vida que ellos, personas especiales, han supuesto para mí, es algo que siempre recordaré.
Para completar este perfil del inolvidable Jeromo, vuelvo a los datos fríos y objetivos que también hablan de su constante dedicación a este bello deporte. Fue jugador y entrenador de equipos masculinos de 2ª División, como el Canarias, de La Laguna y del Hernán Imperio, el Kaiser Náutico y el D.I.S.A., todos de Santa Cruz. Como entrenador de conjuntos femeninos, lo fue del laureado Mª Auxiliadora y de los sucesores de éste, el DISA, el OM y el Medina Santa Teresa, todos de la 2ª División también y que fueron campeones regionales de sus respectivas ligas y temporadas de juego, clasificándolos para participar en las Fases finales, que se celebraban siempre en la Península. Además, dio clases de baloncesto y organizó muchos equipos escolares en los colegios capitalinos del Hogar Escuela (cuna del campeón nacional Mª Auxiliadora), Asunción y Dominicas Vistabella
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