Esta primera temporada en Primera, la despedimos en la cancha que constaba como la nuestra, la del Real Club Náutico. El penúltimo partido tuvo lugar en la ciudad de Barcelona, donde nos esperaba el Evax para cumplir con el segundo frente a ellas. Pero, antes de comentar algunos aspectos del encuentro, permítanme relatarles los avatares que vivimos para llegar a aquella ciudad.
Como en desplazamientos anteriores, partíamos hacia nuestro destino la víspera del día de autos, pero, en esta ocasión, coincidió con un fatal suceso ocurrido, desgraciadamente, en el Aeropuerto de Los Rodeos. Es muy posible que quienes tenían entonces 10 o 12 años, recuerden aquel terrible choque entre dos aviones Boeing 747, que procedían de Holanda y de Estados Unidos y en el que perdieron la vida 583 personas. Aún hoy, sigue siendo el accidente aéreo con más fallecidos de la historia de la aviación.
Entre las muchas secuelas de esta desgracia, una fue que las instalaciones del único y viejo aeropuerto tinerfeño quedaran cerradas, para todo tipo de operaciones, durante un buen tiempo. La fecha del siniestro fue el 27 de Marzo de 1977 y, al día siguiente, nosotras debíamos salir, desde allí, rumbo a Barcelona. Como no se sabía cuándo iba a abrirse de nuevo, el partido no se podía posponer y la alternativa fue viajar en barco, hasta Las Palmas y, desde su aeropuerto, partir hacia la ciudad condal.
Salimos desde el Muelle de Ribera de Santa Cruz y recuerdo las inmensas colas de gente que, como nosotras, se vio obligada a seguir el mismo camino, para llegar a Gran Canaria o a cualquier otro punto del Archipiélago o de la Península, por el aire. Aquellos enlaces los llevaron a cabo dos buques emblemáticos de la época, el Villa de Agaete y el Ciudad de La Laguna, aunque no recuerdo en cuál de ellos lo hicimos. Para acceder al barco, soportamos una larga espera de pie, durante más de una hora. Una vez en su interior, cuando llegamos a donde nos correspondía, no había un solo asiento libre y tuvimos que acomodarnos en el suelo que, por fortuna, era de moqueta. Si en la nave cabían 800 y pico pasajeros sentados, en aquellas fechas debió trasladar más del doble en cada trayecto.
El atrabancado viaje contó, además, con una buena anécdota que protagonizó la periodista Mª Luisa Arozarena, invitada a asistir a este último encuentro, y que publicaba las crónicas de algunos de nuestros partidos en nuestra sede, en las páginas deportivas de El Día, periódico local en el que ella trabajaba. Antes de subir al barco, nos advirtió de que tenía tendencia a marearse mucho y, una vez dentro, visto el panorama de la falta de un lugar apropiado para que ella se sentara, no tuvo más remedio que hacerlo en el suelo. Lo hizo junto a mí, y a los pocos minutos de haber salido por la bocana del puerto, se sintió tan mal que la única solución fue tenderse sobre la moqueta. Para que elevara un poco su cabeza y a falta de una simple almohada, le ofrecí que se apoyara sobre mis muslos y así, completamente inmóvil (y yo, con ella), permaneció durante todo el recorrido. Pueden imaginarse, después de un par de horas en la misma posición, lo endormidas que terminaron mis piernas y lo que me costó ponerme en pie. El saber que Mª Luisa consiguiera pasar el mal trago, en las mejores condiciones posibles, dentro de aquella desastrosa situación, compensó con creces aquel rato de incómoda rigidez. Una vez en el Puerto de La Luz y de Las Palmas, conectamos con el Aeropuerto de Gando y, de allí, con Barcelona, bien entrada la noche.
De las incidencias del partido jugado con el Evax, da buena cuenta la imagen de la reseña periodística, realizada por Mª Luisa, que acompaña a este relato. De ella, extraigo lo que, para mí, resultó más relevante. El tanteo final fue de 67 a 56 puntos, lo cual resultó casi un triunfo, dada la categoría y experiencia del rival, su plantel de excelentes jugadoras, su puesto en la clasificación final y el factor cancha. Nuestro equipo lo hizo tan bien, que las catalanas fueron de desconcierto en desconcierto. En el minuto 5, les ganábamos de 8, 4 a 12 para nosotras, y, al descanso, hubo un empate a 30 puntos. Faltando siete minutos para el final, sólo nos aventajaban de 3 puntos, y fue providencial para ellas que, en el minuto 38, Mª José Paniagua, la mejor sobre el parquet hasta ese momento, hiciera su quinta falta personal y tuviera que abandonar el partido.
Nunca he comentado con nadie que, de ese encuentro, me fui con la sensación de que a Antonia Gimeno, nuestra entrenadora, le entró una especie de miedo escénico o de excesivo respeto a su admirado y antiguo equipo, cuando se llamaba Picadero, y del que ella formó parte, como base, en los años 60 y primeros 70.
Me explico: yo, apenas jugué unos segundos, y esta circunstancia me permitió ver, todo el partido, desde una primerísima línea, y tuve, muy cerca, las sensaciones y vibraciones que emanaban del resto del equipo, incluida Antonia. Recuerdo que hubo momentos en los que, una especie de mano invisible, frenaba las reacciones que, muy probablemente, nos hubieran despegado hacia el triunfo final. No se contó con el estímulo insuflado, por ejemplo, en el partido que jugamos en nuestra sede, frente a otro de los grandes conjuntos catalanes, el dificilísimo Mataró, en la cuarta jornada, y que ganamos por un punto. En ese, no hubo sitio para la resignación de nadie y, sin embargo, sí la hubo en el del Evax.
Aquella frustración de lo que pudo ser y no fue, es algo que, con cierta frecuencia, me viene a la memoria y, si alguna vez, tengo la ocasión de comentarlo con alguna de mis compañeras, o con la misma Antonia, me gustaría comprobar si ellas llegaron a la conclusión que yo saqué, después de lo presenciado. También cabe que yo esté equivocada y me gustaría que me convencieran de que anduve, -y todavía ando-, en un error… A estas alturas de nuestras vidas, todo aquello que recordamos, podemos revisarlo con la distancia que el tiempo y la madurez dan a cualquiera de las situaciones que, entonces, vivimos.
Además de la crónica del partido, firmada por Mª Luisa Arozarena, acompaño este post con una fotografía realizada en la plaza de la Catedral, con uno de los magníficos arcos de la Calle del Obispo, al fondo, y que se muestra con más detalle, en la otra imagen. En ella, aparecemos, de izquierda a derecha, Catere Falcón, quien escribe este relato, la junior Helena Ramos y Marga Máiquez. Nos la hicimos al día siguiente del encuentro con el Evax, porque estuvimos un día más en aquella preciosa ciudad, para presenciar la Final de la Copa de Europa de clubs campeones de la liga femenina de sus respectivos países, y aprovechamos para darnos un paseo mañanero por el señorial Barrio Gótico barcelonés. Pero, éste, será el tema de la próxima entrada.
Como en desplazamientos anteriores, partíamos hacia nuestro destino la víspera del día de autos, pero, en esta ocasión, coincidió con un fatal suceso ocurrido, desgraciadamente, en el Aeropuerto de Los Rodeos. Es muy posible que quienes tenían entonces 10 o 12 años, recuerden aquel terrible choque entre dos aviones Boeing 747, que procedían de Holanda y de Estados Unidos y en el que perdieron la vida 583 personas. Aún hoy, sigue siendo el accidente aéreo con más fallecidos de la historia de la aviación.
Entre las muchas secuelas de esta desgracia, una fue que las instalaciones del único y viejo aeropuerto tinerfeño quedaran cerradas, para todo tipo de operaciones, durante un buen tiempo. La fecha del siniestro fue el 27 de Marzo de 1977 y, al día siguiente, nosotras debíamos salir, desde allí, rumbo a Barcelona. Como no se sabía cuándo iba a abrirse de nuevo, el partido no se podía posponer y la alternativa fue viajar en barco, hasta Las Palmas y, desde su aeropuerto, partir hacia la ciudad condal.
Salimos desde el Muelle de Ribera de Santa Cruz y recuerdo las inmensas colas de gente que, como nosotras, se vio obligada a seguir el mismo camino, para llegar a Gran Canaria o a cualquier otro punto del Archipiélago o de la Península, por el aire. Aquellos enlaces los llevaron a cabo dos buques emblemáticos de la época, el Villa de Agaete y el Ciudad de La Laguna, aunque no recuerdo en cuál de ellos lo hicimos. Para acceder al barco, soportamos una larga espera de pie, durante más de una hora. Una vez en su interior, cuando llegamos a donde nos correspondía, no había un solo asiento libre y tuvimos que acomodarnos en el suelo que, por fortuna, era de moqueta. Si en la nave cabían 800 y pico pasajeros sentados, en aquellas fechas debió trasladar más del doble en cada trayecto.
El atrabancado viaje contó, además, con una buena anécdota que protagonizó la periodista Mª Luisa Arozarena, invitada a asistir a este último encuentro, y que publicaba las crónicas de algunos de nuestros partidos en nuestra sede, en las páginas deportivas de El Día, periódico local en el que ella trabajaba. Antes de subir al barco, nos advirtió de que tenía tendencia a marearse mucho y, una vez dentro, visto el panorama de la falta de un lugar apropiado para que ella se sentara, no tuvo más remedio que hacerlo en el suelo. Lo hizo junto a mí, y a los pocos minutos de haber salido por la bocana del puerto, se sintió tan mal que la única solución fue tenderse sobre la moqueta. Para que elevara un poco su cabeza y a falta de una simple almohada, le ofrecí que se apoyara sobre mis muslos y así, completamente inmóvil (y yo, con ella), permaneció durante todo el recorrido. Pueden imaginarse, después de un par de horas en la misma posición, lo endormidas que terminaron mis piernas y lo que me costó ponerme en pie. El saber que Mª Luisa consiguiera pasar el mal trago, en las mejores condiciones posibles, dentro de aquella desastrosa situación, compensó con creces aquel rato de incómoda rigidez. Una vez en el Puerto de La Luz y de Las Palmas, conectamos con el Aeropuerto de Gando y, de allí, con Barcelona, bien entrada la noche.
De las incidencias del partido jugado con el Evax, da buena cuenta la imagen de la reseña periodística, realizada por Mª Luisa, que acompaña a este relato. De ella, extraigo lo que, para mí, resultó más relevante. El tanteo final fue de 67 a 56 puntos, lo cual resultó casi un triunfo, dada la categoría y experiencia del rival, su plantel de excelentes jugadoras, su puesto en la clasificación final y el factor cancha. Nuestro equipo lo hizo tan bien, que las catalanas fueron de desconcierto en desconcierto. En el minuto 5, les ganábamos de 8, 4 a 12 para nosotras, y, al descanso, hubo un empate a 30 puntos. Faltando siete minutos para el final, sólo nos aventajaban de 3 puntos, y fue providencial para ellas que, en el minuto 38, Mª José Paniagua, la mejor sobre el parquet hasta ese momento, hiciera su quinta falta personal y tuviera que abandonar el partido.
Nunca he comentado con nadie que, de ese encuentro, me fui con la sensación de que a Antonia Gimeno, nuestra entrenadora, le entró una especie de miedo escénico o de excesivo respeto a su admirado y antiguo equipo, cuando se llamaba Picadero, y del que ella formó parte, como base, en los años 60 y primeros 70.
Me explico: yo, apenas jugué unos segundos, y esta circunstancia me permitió ver, todo el partido, desde una primerísima línea, y tuve, muy cerca, las sensaciones y vibraciones que emanaban del resto del equipo, incluida Antonia. Recuerdo que hubo momentos en los que, una especie de mano invisible, frenaba las reacciones que, muy probablemente, nos hubieran despegado hacia el triunfo final. No se contó con el estímulo insuflado, por ejemplo, en el partido que jugamos en nuestra sede, frente a otro de los grandes conjuntos catalanes, el dificilísimo Mataró, en la cuarta jornada, y que ganamos por un punto. En ese, no hubo sitio para la resignación de nadie y, sin embargo, sí la hubo en el del Evax.
Aquella frustración de lo que pudo ser y no fue, es algo que, con cierta frecuencia, me viene a la memoria y, si alguna vez, tengo la ocasión de comentarlo con alguna de mis compañeras, o con la misma Antonia, me gustaría comprobar si ellas llegaron a la conclusión que yo saqué, después de lo presenciado. También cabe que yo esté equivocada y me gustaría que me convencieran de que anduve, -y todavía ando-, en un error… A estas alturas de nuestras vidas, todo aquello que recordamos, podemos revisarlo con la distancia que el tiempo y la madurez dan a cualquiera de las situaciones que, entonces, vivimos.
Además de la crónica del partido, firmada por Mª Luisa Arozarena, acompaño este post con una fotografía realizada en la plaza de la Catedral, con uno de los magníficos arcos de la Calle del Obispo, al fondo, y que se muestra con más detalle, en la otra imagen. En ella, aparecemos, de izquierda a derecha, Catere Falcón, quien escribe este relato, la junior Helena Ramos y Marga Máiquez. Nos la hicimos al día siguiente del encuentro con el Evax, porque estuvimos un día más en aquella preciosa ciudad, para presenciar la Final de la Copa de Europa de clubs campeones de la liga femenina de sus respectivos países, y aprovechamos para darnos un paseo mañanero por el señorial Barrio Gótico barcelonés. Pero, éste, será el tema de la próxima entrada.
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