Nunca pensé que fuera a escribir algo así. A todos, más tarde o más temprano, nos tocará, pero cuando esto ocurre en personas allegadas, relativamente jóvenes con respecto a la edad media, - en especial, de las mujeres españolas -, cuesta asimilar noticias tan tristes como la que recibí ayer. Una de mis antiguas y admiradas compañeras de aquel grandísimo equipo que fue el Mª Auxiliadora, había fallecido. Conchy Ramírez Bernal acababa de irse para siempre.
Llevaba haciéndole frente a una dolencia, recientemente descubierta, algo más de mes y medio. Hace pocos días, fue intervenida en una larga y difícil operación que se complicó en sus comienzos, pero que hacía albergar alguna esperanza, a medida que avanzaba el tiempo. Pero, desgraciadamente, en algún sitio, alguien tenía escrito que Conchy estaba jugando su último partido en esta vida y que lo iba a perder. Que tenía que volver a encontrarse, donde quiera que estén, con su madre, Dña. Rita, con su padre, D. Kenan, y con su entrenador, amigo y vecino del barrio del Toscal, Jerónimo Foronda, Jeromo para todas nosotras.
Ya hacía algunos años que no solíamos encontrarnos como antes, porque se había trasladado a vivir lejos de esta capital. Sólo venía, a diario, para dar sus clases en las Escuelas Pías, del que era profesora de Geografía e Historia, desde hace muchos años, y donde era muy querida por sus colegas y alumnos. Sé, por algunas de sus antiguas amigas y compañeras de estudios, y de baloncesto, en el Hogar Escuela, que hace algunos meses se habían visto con ella, en la sede de este Centro, para celebrar una reunión de todas las que recibieron allí sus primeras enseñanzas.
A finales de esta pasada primavera, la llamé a su casa de toda la vida, en pleno corazón toscalero, para pedirle una serie de datos que necesitaba para una de las entradas de este blog. No la encontré y le dejé un mensaje para que se pusiera en contacto conmigo, en cuanto pudiera. Lo hizo y mantuvimos la larga charla esperable entre quienes llevan tiempo sin verse ni oírse. Le conté la existencia de esta bitácora, sobre todo, para justificarle mi petición de lo que quería saber de ella y de aquella magnífica época del primer Campeón de España que han tenido las Islas Canarias, en la 2ª División nacional femenina.
Se mostró encantada con la idea y, con entusiasmo, me dio muchos más detalles de los que le pedía. Disfrutó contándome los avatares vividos por su equipo del alma, en las temporadas anteriores a la que fueron brillantes campeonas. Hoy, como homenaje a su recuerdo, voy a recuperarlos. No lo hice cuando supe de ellos, porque ya no procedía incluirlos en el relato cronológico en el que me apoyo. Fue, además, de los tiempos en que yo no pertenecía al Mª Auxiliadora y, lógicamente, no podía conocerlos.
Me dijo, casi textualmente: “Escribe que, en el colegio, no teníamos vestuarios ni duchas y que, al finalizar los entrenamientos, todas las que quisieran, podían ir a S. Juan Bautista, 70, 2º dcha., a ducharse antes de volver a sus casas, y más de una, lo hizo”. Esa dirección corresponde al domicilio de siempre de Conchy y sus padres (q.e.p.d.), y queda enfrente de la fachada trasera del Hogar Escuela. Por una salida que había entonces, se accedía a esta vivienda con sólo cruzar la calle. También me pidió que le contara a las nuevas generaciones que para poder celebrar un partido en la cancha que ocupaba el patio central del colegio, después de un rato de lluvia antes o durante el juego, había que secarla con sacos que empapaban toda el agua caída. Las encargadas de hacerlo eran las propias jugadoras y si no se hacía, se les daba por perdido. Asimismo, quiso recordar a D. Kenan, su padre, en su faceta de excelente y fino electricista. Me dijo que la iluminación de todo aquel gran patio, para poder entrenar ellas en las tardes-noches, era obra de él y que como portalámparas para las bombillas, había usado vasos metálicos de colores. Con mucho orgullo, también me contó que su padre, en su día, había sido el encargado de dar luz, por primera vez, al barrio costero de Taganana.
Igualmente, me comentó que estaba a la espera de que se le concediera la jubilación anticipada en su puesto de profesora en la enseñanza privada. Ya iba camino de los cuarenta años dentro de las aulas y se tenía muy merecida esa retirada. Me dio el número de su móvil y el de su nuevo domicilio y se ofreció para seguir ayudándome, siempre que lo quisiera. Lamentablemente, ya no podré recurrir a su buena memoria, aunque sí que la tendré a ella, para siempre, en la mía.
Como jugadora, era alta y fuerte. Según me comentó un día Jeromo, - que de esto entendía mucho -, Conchy respondía al prototipo idóneo de jugadora de baloncesto. Tanto por su contextura física como por su cerebro despierto y rápido. Su demarcación habitual era la de base o la de escolta, término desconocido en aquellas fechas. Tenía mucha visión de juego y un eficaz tiro a dos manos, muy peculiar, por encima de la cabeza y con poca parábola. En los desplazamientos a la Península para jugar las fases finales, se convertía, además, en Conchy y su guitarra, y era una animadora nata de los buenos ratos que pasábamos cantando en grupo, o acompañando a Jeromo en sus "solos" de canciones populares, ópera o zarzuela, que tanto nos gustaban y emocionaban. Querida Concha,- como yo la llamaba muchas veces – donde quiera que estés, busca al Jefe Jerónimo, y háganse una “vuelta al mundo” o un “uno contra uno”, a ver quién gana. Espero que algún día nos volvamos a encontrar, para que me cuentes cómo acabaron las partidas. Hasta entonces, te recordaré siempre.
Llevaba haciéndole frente a una dolencia, recientemente descubierta, algo más de mes y medio. Hace pocos días, fue intervenida en una larga y difícil operación que se complicó en sus comienzos, pero que hacía albergar alguna esperanza, a medida que avanzaba el tiempo. Pero, desgraciadamente, en algún sitio, alguien tenía escrito que Conchy estaba jugando su último partido en esta vida y que lo iba a perder. Que tenía que volver a encontrarse, donde quiera que estén, con su madre, Dña. Rita, con su padre, D. Kenan, y con su entrenador, amigo y vecino del barrio del Toscal, Jerónimo Foronda, Jeromo para todas nosotras.
Ya hacía algunos años que no solíamos encontrarnos como antes, porque se había trasladado a vivir lejos de esta capital. Sólo venía, a diario, para dar sus clases en las Escuelas Pías, del que era profesora de Geografía e Historia, desde hace muchos años, y donde era muy querida por sus colegas y alumnos. Sé, por algunas de sus antiguas amigas y compañeras de estudios, y de baloncesto, en el Hogar Escuela, que hace algunos meses se habían visto con ella, en la sede de este Centro, para celebrar una reunión de todas las que recibieron allí sus primeras enseñanzas.
A finales de esta pasada primavera, la llamé a su casa de toda la vida, en pleno corazón toscalero, para pedirle una serie de datos que necesitaba para una de las entradas de este blog. No la encontré y le dejé un mensaje para que se pusiera en contacto conmigo, en cuanto pudiera. Lo hizo y mantuvimos la larga charla esperable entre quienes llevan tiempo sin verse ni oírse. Le conté la existencia de esta bitácora, sobre todo, para justificarle mi petición de lo que quería saber de ella y de aquella magnífica época del primer Campeón de España que han tenido las Islas Canarias, en la 2ª División nacional femenina.
Se mostró encantada con la idea y, con entusiasmo, me dio muchos más detalles de los que le pedía. Disfrutó contándome los avatares vividos por su equipo del alma, en las temporadas anteriores a la que fueron brillantes campeonas. Hoy, como homenaje a su recuerdo, voy a recuperarlos. No lo hice cuando supe de ellos, porque ya no procedía incluirlos en el relato cronológico en el que me apoyo. Fue, además, de los tiempos en que yo no pertenecía al Mª Auxiliadora y, lógicamente, no podía conocerlos.
Me dijo, casi textualmente: “Escribe que, en el colegio, no teníamos vestuarios ni duchas y que, al finalizar los entrenamientos, todas las que quisieran, podían ir a S. Juan Bautista, 70, 2º dcha., a ducharse antes de volver a sus casas, y más de una, lo hizo”. Esa dirección corresponde al domicilio de siempre de Conchy y sus padres (q.e.p.d.), y queda enfrente de la fachada trasera del Hogar Escuela. Por una salida que había entonces, se accedía a esta vivienda con sólo cruzar la calle. También me pidió que le contara a las nuevas generaciones que para poder celebrar un partido en la cancha que ocupaba el patio central del colegio, después de un rato de lluvia antes o durante el juego, había que secarla con sacos que empapaban toda el agua caída. Las encargadas de hacerlo eran las propias jugadoras y si no se hacía, se les daba por perdido. Asimismo, quiso recordar a D. Kenan, su padre, en su faceta de excelente y fino electricista. Me dijo que la iluminación de todo aquel gran patio, para poder entrenar ellas en las tardes-noches, era obra de él y que como portalámparas para las bombillas, había usado vasos metálicos de colores. Con mucho orgullo, también me contó que su padre, en su día, había sido el encargado de dar luz, por primera vez, al barrio costero de Taganana.
Igualmente, me comentó que estaba a la espera de que se le concediera la jubilación anticipada en su puesto de profesora en la enseñanza privada. Ya iba camino de los cuarenta años dentro de las aulas y se tenía muy merecida esa retirada. Me dio el número de su móvil y el de su nuevo domicilio y se ofreció para seguir ayudándome, siempre que lo quisiera. Lamentablemente, ya no podré recurrir a su buena memoria, aunque sí que la tendré a ella, para siempre, en la mía.
Como jugadora, era alta y fuerte. Según me comentó un día Jeromo, - que de esto entendía mucho -, Conchy respondía al prototipo idóneo de jugadora de baloncesto. Tanto por su contextura física como por su cerebro despierto y rápido. Su demarcación habitual era la de base o la de escolta, término desconocido en aquellas fechas. Tenía mucha visión de juego y un eficaz tiro a dos manos, muy peculiar, por encima de la cabeza y con poca parábola. En los desplazamientos a la Península para jugar las fases finales, se convertía, además, en Conchy y su guitarra, y era una animadora nata de los buenos ratos que pasábamos cantando en grupo, o acompañando a Jeromo en sus "solos" de canciones populares, ópera o zarzuela, que tanto nos gustaban y emocionaban. Querida Concha,- como yo la llamaba muchas veces – donde quiera que estés, busca al Jefe Jerónimo, y háganse una “vuelta al mundo” o un “uno contra uno”, a ver quién gana. Espero que algún día nos volvamos a encontrar, para que me cuentes cómo acabaron las partidas. Hasta entonces, te recordaré siempre.
En las imágenes de hoy, como es natural, la protagonista es ella y aparece con Mª Reyes Hernández, Mary Carmen Gutiérrez, Antonia Gimeno, Elena Agulló y Agustín Yanes, delegado de una de las temporadas del OM. En las individuales, la de blanco y negro es de la temporada 66-67, la que siguió a la del glorioso Campeonato de España como Mª Auxiliadora, y la de color es de su etapa en el OM y en la temporada 70-71. Por último, la del grupo, corresponde al final de un entrenamiento, en la cancha del Náutico, en la 71-72.