Pasada, espero, la resaca de la borrachera "campeonamundialista", me nace (como diría mi buena amiga Jane), hacer algunas reflexiones sobre el acontecimiento deportivo que hemos vivido en este último fin de semana.
Nunca he sido futbolera, aunque el fútbol siempre me ha parecido un deporte bastante completo para quienes lo practican, porque han de correr, constantemente, arriba y abajo, y a lo largo y ancho de un rectángulo de césped que mide algo más de 100 m. por casi 70, en sus dimensiones más idóneas, tratando de dominar un balón con los pies para introducirlo en una portería de poco más de siete metros de ancho por casi dos y medio de alto. Todo eso desarrolla buena capacidad pulmonar, agilidad en los movimientos, capacidad de precisión, visión de juego, velocidad, reflejos, etc. Pero igual de completos, o más, son otros muchos deportes de equipo o individuales y, sin embargo, por causas que desconozco y que soy incapaz de avistar por mí misma, ninguno mueve las masas de aficionados que mueve el fútbol.
Lo que sí sé es que, en el caso de este grupo de jóvenes campeones, se ha dado lo que, por ejemplo, se dio en 2006 con la también Campeona del Mundo de baloncesto masculino. El origen del éxito de ambas selecciones estuvo en el compañerismo, la camaradería y, en definitiva, la amistad y armonía que existía entre todos sus componentes. Esas buenas cualidades, probablemente, responden a la calidad humana de cada uno de ellos, pero se potencian, incentivan, estimulan, gracias a un director de orquesta que, en la figura del seleccionador y sus ayudantes, es la responsable principal de esa buena sintonía personal de los jugadores. Todo ello, les ha llevado a prescindir de sus estrellatos individuales y a esforzarse y sacrificarse en conjunto y por el conjunto, peleando por lo mismo, codo con codo, y alegrándose todos con lo que hacía bien cada uno. Esa es, para mí, la grandeza de este conjunto de deportistas, tanto del fútbol como del baloncesto, y lo que, sin duda, les ha llevado hasta un final triunfador.
Pero, no han sido los únicos. Recuerdo que las mismas virtudes se le atribuyeron a las Selecciones de Balonmano de 2005 y de Waterpolo de 1998 y 2001 y a la de Tenis de 2000, 2004, 2008 y 2009, y todas también Campeonas del Mundo de esas temporadas. Asimismo, el hermano pobre del balompié, el Fútbol-sala, ha sido brillante campeón mundial con su selección nacional, en 2006 y 2007. Además de estas modalidades deportivas de equipo, es justo recordar que España también cuenta con campeones del mundo en Atletismo, Piragüismo, Kárate, Boxeo, Natación, Golf, Jockey sobre patines, Boxeo, Ciclismo, Motociclismo, Vela, Automovilismo, etc.
He querido recuperar todas estas glorias nacionales, porque solemos ser bastante ingratos y con poca memoria histórica, a la hora de exaltar, sobre todo, al multimillonario mundo del fútbol. Es bueno y sano alegrarse del reciente triunfo de este deporte-negocio o negocio-deporte, pero en su justa medida. Es, indudablemente, un hecho histórico deportivo, pero nada más. Igual que lo han sido los de otros deportes en su momento y, sin embargo, no se jalearon ni casi colapsaron la vida del país, el día que lo lograron. No perdamos de vista que estas megaestrellas (que diría Boris Izaguirre), están mejor pagadas que nadie, en este país nuestro, y que su obligación profesional era, por lo menos, llegar al partido final. También lo estaban en anteriores Mundiales, pero, a lo mejor, falló lo fundamental: auténtica labor de equipo, por encima de individualidades egocéntricas y lo que, para mí, es primordial: la personalidad de un seleccionador, que no les enseña a jugar al fútbol porque ya saben y mucho, pero sí a motivarlos en ese principio de compartir lo bueno y lo malo. Guardando las distancias que marcan las épocas, las competiciones y la categoría, mi experiencia personal como deportista de muchos años, me avala en esta convicción porque también lo he vivido en mis carnes.
Desde aquí, pues, mi admiración y respeto hacia esos entrenadores y seleccionadores que tienen muy claro que la base de un buen resultado deportivo está en la buena relación humana que consigan inculcar en sus pupilos. Mejor ejemplo para jóvenes que aspiran a emular a un Pep Guardiola o a un Vicente del Bosque, imposible.
Nunca he sido futbolera, aunque el fútbol siempre me ha parecido un deporte bastante completo para quienes lo practican, porque han de correr, constantemente, arriba y abajo, y a lo largo y ancho de un rectángulo de césped que mide algo más de 100 m. por casi 70, en sus dimensiones más idóneas, tratando de dominar un balón con los pies para introducirlo en una portería de poco más de siete metros de ancho por casi dos y medio de alto. Todo eso desarrolla buena capacidad pulmonar, agilidad en los movimientos, capacidad de precisión, visión de juego, velocidad, reflejos, etc. Pero igual de completos, o más, son otros muchos deportes de equipo o individuales y, sin embargo, por causas que desconozco y que soy incapaz de avistar por mí misma, ninguno mueve las masas de aficionados que mueve el fútbol.
Lo que sí sé es que, en el caso de este grupo de jóvenes campeones, se ha dado lo que, por ejemplo, se dio en 2006 con la también Campeona del Mundo de baloncesto masculino. El origen del éxito de ambas selecciones estuvo en el compañerismo, la camaradería y, en definitiva, la amistad y armonía que existía entre todos sus componentes. Esas buenas cualidades, probablemente, responden a la calidad humana de cada uno de ellos, pero se potencian, incentivan, estimulan, gracias a un director de orquesta que, en la figura del seleccionador y sus ayudantes, es la responsable principal de esa buena sintonía personal de los jugadores. Todo ello, les ha llevado a prescindir de sus estrellatos individuales y a esforzarse y sacrificarse en conjunto y por el conjunto, peleando por lo mismo, codo con codo, y alegrándose todos con lo que hacía bien cada uno. Esa es, para mí, la grandeza de este conjunto de deportistas, tanto del fútbol como del baloncesto, y lo que, sin duda, les ha llevado hasta un final triunfador.
Pero, no han sido los únicos. Recuerdo que las mismas virtudes se le atribuyeron a las Selecciones de Balonmano de 2005 y de Waterpolo de 1998 y 2001 y a la de Tenis de 2000, 2004, 2008 y 2009, y todas también Campeonas del Mundo de esas temporadas. Asimismo, el hermano pobre del balompié, el Fútbol-sala, ha sido brillante campeón mundial con su selección nacional, en 2006 y 2007. Además de estas modalidades deportivas de equipo, es justo recordar que España también cuenta con campeones del mundo en Atletismo, Piragüismo, Kárate, Boxeo, Natación, Golf, Jockey sobre patines, Boxeo, Ciclismo, Motociclismo, Vela, Automovilismo, etc.
He querido recuperar todas estas glorias nacionales, porque solemos ser bastante ingratos y con poca memoria histórica, a la hora de exaltar, sobre todo, al multimillonario mundo del fútbol. Es bueno y sano alegrarse del reciente triunfo de este deporte-negocio o negocio-deporte, pero en su justa medida. Es, indudablemente, un hecho histórico deportivo, pero nada más. Igual que lo han sido los de otros deportes en su momento y, sin embargo, no se jalearon ni casi colapsaron la vida del país, el día que lo lograron. No perdamos de vista que estas megaestrellas (que diría Boris Izaguirre), están mejor pagadas que nadie, en este país nuestro, y que su obligación profesional era, por lo menos, llegar al partido final. También lo estaban en anteriores Mundiales, pero, a lo mejor, falló lo fundamental: auténtica labor de equipo, por encima de individualidades egocéntricas y lo que, para mí, es primordial: la personalidad de un seleccionador, que no les enseña a jugar al fútbol porque ya saben y mucho, pero sí a motivarlos en ese principio de compartir lo bueno y lo malo. Guardando las distancias que marcan las épocas, las competiciones y la categoría, mi experiencia personal como deportista de muchos años, me avala en esta convicción porque también lo he vivido en mis carnes.
Desde aquí, pues, mi admiración y respeto hacia esos entrenadores y seleccionadores que tienen muy claro que la base de un buen resultado deportivo está en la buena relación humana que consigan inculcar en sus pupilos. Mejor ejemplo para jóvenes que aspiran a emular a un Pep Guardiola o a un Vicente del Bosque, imposible.
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