Decepcionadas por no haber sabido mantener el título de Campeonas nacionales, volvimos a casa con el objetivo de descansar y de recuperarnos de la larga temporada.
Para comenzar la siguiente, la de 1967-68, el entrenador y el delegado realizaron mil gestiones con el fin de conseguir la continuidad del equipo. Las monjas del Hogar Escuela alegaron no disponer de dinero alguno para afrontar su parte de compromiso en la marcha del conjunto y declinaron el seguir acogiéndolo bajo su tutela, aunque permitieron que siguiéramos entrenando en sus instalaciones y jugando con el mismo nombre, durante esa temporada.
Las gestiones no dieron el fruto deseado y, a pesar de volver a clasificarnos para jugar el Campeonato de Canarias, no pudimos participar porque nadie sufragó los gastos de los desplazamientos. Así pues, la temporada 67-68 fue una temporada en blanco y, además, de mucho mérito.
Desde sus inicios, supimos que esa situación sería la más probable y, sin embargo, todos cumplimos con la parte que nos tocaba. Acudíamos seriamente a todos los entrenamientos y a todos los partidos que tenían lugar en nuestra isla, no en balde habíamos adquirido un buen rodaje en proveernos, con nuestros propios medios, de lo que necesitábamos para sacar adelante, por lo menos, la competición local. La ilusión de que, más tarde o más temprano, podríamos recuperar nuestra trayectoria, nunca la perdimos.
Esta nueva experiencia contribuyó a hacernos más fuertes y a demostrarnos que nuestra vocación por el baloncesto era firme y convencida. No todo era un camino de rosas y, alguna vez, podríamos encontrarnos, simplemente, una vereda. Quizá, algo árida y con pequeños baches, pero que sirvió para que maduráramos, sobre todo, como personas.
Recordar esta situación me lleva a establecer, de nuevo, una comparación entre lo que ocurrió entonces y lo que hubiera pasado hoy, en circunstancias parecidas. Muy probablemente, a un equipo campeón de España, aunque fuera femenino, en estos tiempos se le hubiera ayudado a través de subvenciones oficiales y de apoyos económicos privados. Todo, a cambio de hacer publicidad en sus equipajes y en sus intervenciones en los medios de comunicación, lo cual no es un mal remedio si se logra la permanencia y la continuidad de un buen grupo humano y deportivo. Pero, señores, en aquella época, ni había el culto que existe hoy hacia las manifestaciones deportivas y hacia los deportistas ni tampoco, aún contando con recursos para hacerlo, se respaldaban y reconocían los méritos de quienes destacaban en esas actividades. Ésta no fue la única ocasión en que pude comprobar esta injusta realidad. Por desgracia, fueron varias las que tuve que vivir... pero, ya las iré comentando cuando llegue el momento. Será interesante hacerlo.
Para comenzar la siguiente, la de 1967-68, el entrenador y el delegado realizaron mil gestiones con el fin de conseguir la continuidad del equipo. Las monjas del Hogar Escuela alegaron no disponer de dinero alguno para afrontar su parte de compromiso en la marcha del conjunto y declinaron el seguir acogiéndolo bajo su tutela, aunque permitieron que siguiéramos entrenando en sus instalaciones y jugando con el mismo nombre, durante esa temporada.
Las gestiones no dieron el fruto deseado y, a pesar de volver a clasificarnos para jugar el Campeonato de Canarias, no pudimos participar porque nadie sufragó los gastos de los desplazamientos. Así pues, la temporada 67-68 fue una temporada en blanco y, además, de mucho mérito.
Desde sus inicios, supimos que esa situación sería la más probable y, sin embargo, todos cumplimos con la parte que nos tocaba. Acudíamos seriamente a todos los entrenamientos y a todos los partidos que tenían lugar en nuestra isla, no en balde habíamos adquirido un buen rodaje en proveernos, con nuestros propios medios, de lo que necesitábamos para sacar adelante, por lo menos, la competición local. La ilusión de que, más tarde o más temprano, podríamos recuperar nuestra trayectoria, nunca la perdimos.
Esta nueva experiencia contribuyó a hacernos más fuertes y a demostrarnos que nuestra vocación por el baloncesto era firme y convencida. No todo era un camino de rosas y, alguna vez, podríamos encontrarnos, simplemente, una vereda. Quizá, algo árida y con pequeños baches, pero que sirvió para que maduráramos, sobre todo, como personas.
Recordar esta situación me lleva a establecer, de nuevo, una comparación entre lo que ocurrió entonces y lo que hubiera pasado hoy, en circunstancias parecidas. Muy probablemente, a un equipo campeón de España, aunque fuera femenino, en estos tiempos se le hubiera ayudado a través de subvenciones oficiales y de apoyos económicos privados. Todo, a cambio de hacer publicidad en sus equipajes y en sus intervenciones en los medios de comunicación, lo cual no es un mal remedio si se logra la permanencia y la continuidad de un buen grupo humano y deportivo. Pero, señores, en aquella época, ni había el culto que existe hoy hacia las manifestaciones deportivas y hacia los deportistas ni tampoco, aún contando con recursos para hacerlo, se respaldaban y reconocían los méritos de quienes destacaban en esas actividades. Ésta no fue la única ocasión en que pude comprobar esta injusta realidad. Por desgracia, fueron varias las que tuve que vivir... pero, ya las iré comentando cuando llegue el momento. Será interesante hacerlo.
Tan en blanco quedó aquella temporada, que no dispongo de imágenes ni recortes periodísticos con los que complementar este post de hoy. Sólo, lo que quedó en mi memoria y que, por quedar en ella, sigue siendo, para mí, lo más significativo de ese tiempo pasado.
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