Concluida la primera campaña en la División de Honor femenina, el primer domingo del mes de Abril de 1977, todo el que lo creyó oportuno hizo su balance sobre lo ocurrido y lo que dejó de ocurrir. La entrenadora, el suyo; la prensa especializada y los fieles seguidores, también, y las jugadoras, al igual que el resto, debieron hacer alguno. Yo, por lo menos, hice el mío de una manera muy concienzuda y llegué a la conclusión de que ya tocaba despedirse. Por años dedicados en cuerpo y alma, por edad y porque había que sentar la cabeza de cara a un futuro profesional más o menos estable. Ya lo había decidido dos años antes, cuando jugaba en la 2ª División con el Medina Santa Teresa y la petición de Antonia Gimeno para que fichara en su recién ascendido equipo, hizo que la pospusiera. Aquella seducción que produjo en mí la posibilidad de jugar en la máxima división femenina, ya la satisfacía con dos temporadas en ella, y me lo planteé como el broche de oro y brillantes a un apasionado y activo amor con el baloncesto y que, como casi todos los amores, si no se acaba, por lo menos se atenúa. Sobre todo, en su actividad.
Así pues, en cuanto Antonia nos convocó para el mes de Junio, - una vez terminados los exámenes de mis compañeras universitarias -, hablé con ella y le hice saber mi decisión. Desde el primer momento la respetó y pudo comprobar, a lo largo de toda la temporada, que aquella despedida anunciada fue como la muerte del cisne. Puse más dedicación, interés y empeño, si eso era posible, que en toda mi trayectoria anterior. Quería irme por la puerta más grande: la del cumplimiento de un serio compromiso con mis últimas compañeras de vocación deportiva, se contara o no, en mayor o menor medida, con mis aportaciones.
El plan de entrenamiento de la pretemporada se hizo más duro y exigente. Sobre todo, en lo referido a la preparación física. Con Antonia, volvimos a Las Teresitas y a los solares del entorno del Campo de La Manzanilla. Con Pedro López, las sesiones en el Luther King, fueron más intensas y de más minutos que en la 76-77. Todo esto por la mañana y, por las tardes, la preparación técnica, de nuevo, en la cancha del R.C. Náutico. Las promesas de las autoridades de la época sobre el final de las obras de remodelación de las instalaciones deportivas de la Casa Cuna, para que fueran nuestra sede oficial definitiva, volvieron a incumplirse. Se convirtió en la reforma inacabada por muchísimos años más, lo cual significó que, ni el Krystal ni ninguno de sus sucesores, llegaran a disfrutarlas.
Tan amateurs como siempre, pero más desencantadas con el panorama de seguir, una temporada más, entrenando a las intempestivas horas de la anterior, llegó el mes de Octubre y con él, el inicio de esta segunda etapa en la División de Honor femenina. Antonia, en las muchas entrevistas que le hicieron por aquellas fechas, siempre declaró que el objetivo principal para esta campaña era aumentar el nivel técnico de juego, con el fin de crearles más problemas a aquellos equipos con los que se perdió por más puntos, en sus feudos: Celta, Evax, Mataró, Creff e Hispano Francés. Consiguiéndolo, lograríamos el suficiente rodaje como para afrontar los restantes encuentros con resultados tan positivos como los que obtuvimos en la temporada anterior. Íbamos a vérnoslas, otra vez, con los gallegos Tabacalera y Celta y el catalán Hispano Francés. Los demás, o cambiaron de nombre o eran nuevos en la categoría: el Evax recuperó su antiguo nombre de Picadero; el C.R.E.F.F. pasó a llamarse Club de Vacaciones; el equipo vasco pasó de Medina a Juven San Sebastián; el L´Oreal antepuso el nombre de Alcalá. Como recién ascendidos estaban el Stadium Casablanca, de Zaragoza y el C.B. Valencia. Se retiraron el Mataró y el Medina de Lérida y fueron sustituidos por el Flavia, de Palma de Mallorca y el Iberia, de Madrid. La docena la completábamos nosotras. La incógnita estaba en las cuatro nuevas formaciones y con esa expectativa nos dispusimos a encarar el que, para mí, iba a ser el último trayecto competitivo.
Para completar el relato de hoy, vaya el complemento habitual de imágenes alusivas a lo narrado. Son de los lugares en que volvimos a retomar el trabajo físico y táctico: una panorámica de la playa de Las Teresitas; un rincón de las urbanizaciones que hoy ocupan los solares que existían en los alrededores del colegio Luther King y, por último, la fachada principal del Real Club Náutico y los antiguos accesos a las gradas de la cancha cubierta de aquella época.
Así pues, en cuanto Antonia nos convocó para el mes de Junio, - una vez terminados los exámenes de mis compañeras universitarias -, hablé con ella y le hice saber mi decisión. Desde el primer momento la respetó y pudo comprobar, a lo largo de toda la temporada, que aquella despedida anunciada fue como la muerte del cisne. Puse más dedicación, interés y empeño, si eso era posible, que en toda mi trayectoria anterior. Quería irme por la puerta más grande: la del cumplimiento de un serio compromiso con mis últimas compañeras de vocación deportiva, se contara o no, en mayor o menor medida, con mis aportaciones.
El plan de entrenamiento de la pretemporada se hizo más duro y exigente. Sobre todo, en lo referido a la preparación física. Con Antonia, volvimos a Las Teresitas y a los solares del entorno del Campo de La Manzanilla. Con Pedro López, las sesiones en el Luther King, fueron más intensas y de más minutos que en la 76-77. Todo esto por la mañana y, por las tardes, la preparación técnica, de nuevo, en la cancha del R.C. Náutico. Las promesas de las autoridades de la época sobre el final de las obras de remodelación de las instalaciones deportivas de la Casa Cuna, para que fueran nuestra sede oficial definitiva, volvieron a incumplirse. Se convirtió en la reforma inacabada por muchísimos años más, lo cual significó que, ni el Krystal ni ninguno de sus sucesores, llegaran a disfrutarlas.
Tan amateurs como siempre, pero más desencantadas con el panorama de seguir, una temporada más, entrenando a las intempestivas horas de la anterior, llegó el mes de Octubre y con él, el inicio de esta segunda etapa en la División de Honor femenina. Antonia, en las muchas entrevistas que le hicieron por aquellas fechas, siempre declaró que el objetivo principal para esta campaña era aumentar el nivel técnico de juego, con el fin de crearles más problemas a aquellos equipos con los que se perdió por más puntos, en sus feudos: Celta, Evax, Mataró, Creff e Hispano Francés. Consiguiéndolo, lograríamos el suficiente rodaje como para afrontar los restantes encuentros con resultados tan positivos como los que obtuvimos en la temporada anterior. Íbamos a vérnoslas, otra vez, con los gallegos Tabacalera y Celta y el catalán Hispano Francés. Los demás, o cambiaron de nombre o eran nuevos en la categoría: el Evax recuperó su antiguo nombre de Picadero; el C.R.E.F.F. pasó a llamarse Club de Vacaciones; el equipo vasco pasó de Medina a Juven San Sebastián; el L´Oreal antepuso el nombre de Alcalá. Como recién ascendidos estaban el Stadium Casablanca, de Zaragoza y el C.B. Valencia. Se retiraron el Mataró y el Medina de Lérida y fueron sustituidos por el Flavia, de Palma de Mallorca y el Iberia, de Madrid. La docena la completábamos nosotras. La incógnita estaba en las cuatro nuevas formaciones y con esa expectativa nos dispusimos a encarar el que, para mí, iba a ser el último trayecto competitivo.
Para completar el relato de hoy, vaya el complemento habitual de imágenes alusivas a lo narrado. Son de los lugares en que volvimos a retomar el trabajo físico y táctico: una panorámica de la playa de Las Teresitas; un rincón de las urbanizaciones que hoy ocupan los solares que existían en los alrededores del colegio Luther King y, por último, la fachada principal del Real Club Náutico y los antiguos accesos a las gradas de la cancha cubierta de aquella época.
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